El amor es un concepto un tanto extraño, se puede sentir y pocas veces se puede explicar.
Cuando amamos lo queremos todo hasta sus imperfecciones. Nos parece algo hecho a nuestra medida, como si los dioses hubiesen creado el molde contrario a nosotros para que las aristas se juntaran sin el más leve ruido. Sin embargo, nos pasa igual que con las prendas de vestir, las vemos, nos enamoramos de ellas, nos las ponemos y las modificamos para que se adapten a nosotros.
¿Por qué esa necesidad de cambiar aquello que siendo bello no se ajusta a nosotros?
La imperfección en sí también es bella, se puede amar e incluso enamorarse de los detalles desdibujados de alguien. El ser humano modifica el entorno para que encaje con él, moldea el mundo como un trozo de arcilla, pero la mayoría de veces el corazón se rompe en pedazos cuando alguien intenta encajarlo en el mosaico de su vida.
Los trozos que no encajan con nosotros también dibujan la historia, se convierten en pequeños agujeros por los que el aire pasa, ventila la relación y deja escapar muchas veces la absurda perfección. Los ruidos de los engranajes al juntarse producen una dulce melodía que ni los dioses son capaces de imitar.