miércoles, 21 de diciembre de 2011

Camino de baldosas amarillas

El mundo es un pañuelo y el pasado sábado se reunieron en un rincón con cierto encanto 25 diseñadores para mostrar al mundo, una vez más, su estilo.

En la calle Princesa de Barcelona el ambiente era diferente, la gente se sentía como Alicia tras morder el pastel y entrar en el mundo fantástico del Sombrerero Loco. El hotel escogido lanzaba a través de sus ventanas notas de música con aire retro. Las escaleras estaban llenas de gente diferente y armónica. Era un impresionante cuadro renacentista del siglo XXI.

Tras el último peldaño, unas tenues luces azules y rosadas mostraban al visitante la dirección a tomar. En cada puerta, unas gruesas cortinas transparentes te invitaban, tal y como hizo la Serpiente con Eva, a pecar del disfrute de las colecciones.

La gente reía, bebía, la moda se había convertido durante unas horas en obras de arte en movimiento. Muchos de los diseñadores lucían sus prendas y hablaban de sus inspiraciones y anhelos sin reparos.
En una de las habitaciones más espaciosas, con vistas al Born, El Colmillo de Morsa permitía a las Alicias tocar con las manos sus prendas. Sus dos creadores sonreían a cualquiera que cruzara el umbral y Elisabet Vallecillo, un Colmillo, atendía a los más reticentes a experimentar la sensación de acariciar un sueño con las manos.

Amigos, conocidos, curiosos, expertos, perdidos e ilustres iban entrando y saliendo de las habitaciones que cada marca había decorado a su propio estilo. Joyas encima de la cama, chaquetas colgadas en las duchas, perchas de madera con pequeños vestidos para grandes princesas o zapatos que envolvían la cama y la convertían en un centro de reuniones, todo en una sola planta.

Imaginario a couple


En la habitación 27 una cama vacía llena de fotos y cuadros de madera. Dos burros llenos de prendas con nombre propio, una pequeña mesa llena de chapas y Núria y Laia atendiendo a los aventureros que cruzaban el umbral. El eco de las sonrisas llenaba el ambiente, los dulces volaban del cuenco y los expertos compraban prendas para lucirlas estas Navidades.

La gente tras visitar las 25 habitaciones bajaban las escaleras con euforia, embriagados de la juventud y la alegría de las promesas cumplidas, de la ilusión de encontrar aquello que esperabas, de saber que aún hay gente que tras la puerta lucha por seguir su camino.

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