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Empieza el otoño. Los días se acortan, las calles se llenan de hojas, los niños vuelven a la escuela con el recuerdo del verano aún en sus rodillas. El tiempo va pasando y la nostalgia, de vez en cuando, se instala en casa.
Empezamos a pensar en aquel abrigo de color marrón, en su textura y calidez. Nos acordamos de esas botas que tanto uso le dimos y los amantes del frio empiezan a sentirse bien de nuevo dentro de su piel.
Este año vuelven los grandes jerséis con ochos, los tejidos naturales y las prendas artesanales. Un aire bohemio se cuela con la brisa de la mañana, andar hacia el metro ya no es lo mismo.
Te tropiezas con la realidad, el otoño te despierta del sueño. Las sandalias van perdiendo su lugar y los pañuelos nos rodean, nos abrazan, para dar un poco de calor a nuestras mejillas.
Sin embargo, aunque la playa se vaya desdibujando, se perfila ante nosotros las salidas con los viejos amigos por el centro de la ciudad, la nueva temporada teatral y los bares acogen a los asiduos vecinos
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